viernes, 6 de febrero de 2015

Mundo funerario Hispanoromano

En la Hispanía Romana no se colocaban las tumbas en un lugar tranquilo y solitario, sino que las necrópolis se disponían junto a las puertas de la ciudad, fuera de las murallas a orillas de las calzadas y a lo largo de las principales vías que partían o desembocaban en la ciudad. Esta regla estaba ya recogida en la Ley de las Doce Tablas, la recopilación de leyes más antigua de Roma (451-449 a. C.): “Hominem mortuum” inquit lex in XII, “in urbe ne sepelito neue urito”, donde los transeúntes podían contemplarlas y admirarlas,  estos lugares se consideraban suelo sagrado: pomerium.
Hasta el siglo II de nuestra era, en que se generalizó la inhumación de los cadáveres, la forma de enterramiento más usual entre los romanos en la península Ibérica fue la incineración. Aunque en la realidad ambas formas coexistían, generalmente la incineración estaba reservada a los miembros de familias nobles o acomodadas.
La muerte y el sepelio del cadáver (funus)  en el mundo romano eran ocasión de ritos complicados, por tanto  muy importantes , varían en función del rango económico y social de la persona; conocemos de este modo el funus translaticium o normal; el funus militare, dedicado a los soldados, el funus publicum, reservado para los personajes de importancia pública relevante, de todas formas siempre que las circunstancias y la muerte lo permitían, el funeral comenzaba en casa del difunto. La familia acompañaba al moribundo a su lecho, para darle el último beso y retener así el alma que se escapaba por su boca.
Tras el fallecimiento, se le cerraban los ojos y se le llamaba tres veces por su nombre para comprobar que realmente había muerto, a continuación se lavaba el cuerpo, se perfumaba con ungüentos y se le vestía. por ley estaban prohibidos los lujos en los funerales, pero permitían colocar sobre la cabeza del difunto las coronas que había recibido en vida. Después se le colocaba una moneda debajo de la lengua para pagar a Caronte el último viaje por la laguna Estigia hasta el reino de los muertos.

Finalmente el cuerpo se colocaba sobre una litera con los pies hacia la puerta de entrada, rodeado de flores, símbolo de la fragilidad de la vida y se quemaban perfumes. La gente pobre se sepultaba el mismo día, la gente importante podía estar expuesta más días. Entre tres y 7 días, en el caso de personajes con una importancia pública relevante
El transporte a la pira funeraria o a la tumba, se hacía con un cortejo fúnebre (pompa) que debía hacerse de noche a la luz de las antorchas, con el difunto conducido en una parihuela o feretrum por familiares y amigos, hasta la necrópolis, en este cortejo iban los esclavos tocando flautas, trompas y trompetas, portadores de antorchas, plañideras profesionales, bailarines y mimos.


  Si el cadáver se incineraba, se llevaba hasta el lugar donde se hacía la hoguera. A continuación un pariente o un amigo encendía la pira y los asistentes echaban bálsamos y flores y también objetos que habían pertenecido al muerto: vestidos, joyas, armas, etc. Muchas veces depositaban una lucerna para iluminar el camino a la otra vida. Cuando las llamas se extinguían las brasas eran apagadas con vino, y los huesos que quedaban y las cenizas se depositaban en la urna cineraria, que se enterraba en la tumba. Tras esto la humatio, era esencial en el funeral. Consistía en arrojar tierra sobre el cuerpo del difunto o sobre parte de él, según se tratara de una inhumación o una incineración. La tumba se consagraba con el sacrificio de un animal y una vez construida se llamaba tres veces al alma del difunto para que entrara en la morada que se le había preparado. Durante la ceremonia funeral se realizaba un acto de purificación para las personas que habían estado en contacto con el cadáver. Antes de la sepultura la tumba se purificaba barriéndola o limpiándola y después utilizando agua se limpiaba a las personas que habían asistido al funeral.
Durante los nueve días siguientes al funeral los familiares y amigos celebraban un banquete (este ágape se repetía en el aniversario de su muerte), este banquete se conoce como ágape funerario. Para que los difuntos estuvieran felices, sus tumbas se adornaban con flores o jardincillos.
En las tumbas  era costumbre colocar epitafios en los que se escribía la identidad del difunto, generalmente señalaban su nombre y fecha de nacimiento y quién fue el que pagó por la tumba y que relación familiar tenían con el difunto. En ocasiones los epitafios contenían los logros en vida del ocupante de la tumba y hasta mensajes para sus familiares y visitantes.

Con la implantación del  Cristianismo, se incorporan a los sarcófagos relieves con escenas inspiradas en la Biblia o en los Evangelios. Otras formas de enterramientos más sencillos son cajas hechas con losas de pizarras, con tejas o con ánforas. Las ánforas se utilizaban, sobre todo, para enterramientos infantiles.

Alipio Tirrenus Bibaculus